miércoles, 9 de septiembre de 2009

patrimonial

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Hace unos días, volviendo a casa, pasé por Venezuela al 400. Hoy me enteré que pusieron en venta esa casona donde Baresford firmó su rendición en 1807. La casa perteneció a Liniers, y la valuaron en dos palos y medio. Al mejor postor.
Ahora bien, lo que pueda llegar a decirse al respecto no deja de estar subyugado a ciertos valores, cierto posicionamiento moralista. Al mejor postor significa que la casa, que encierra entre sus ladrillos una significación muy importante, al menos para la historia oficial, puede ser comprada por mengano, un capitalista amigo del negocio inmobiliario, y ser volada al buen carajo. Y de ser así, lo que restaría de ese francés realista que arrió mil quinientos ingleses, y que fue por unos años la cabeza del Virreinato del Río de la Plata, se reducirá al Archivo Histórico Nacional, a la memoria construida por la ilusión historiográfica.
No es curioso que haciendo alarde de sensiblería patriótica, asomen, hablando de ladrillos, problemas fundamentalmente políticos que también incumben, entre muchas, muchas cosas, a la fisonomía de Buenos Aires. Aquella Ciudad Vista que describe Sarlo es el resultado de dinámicas encontradas y confrontadas de distintas comunidades, grupos, clases, que habitan Capital. Y es el resultado de un contenido histórico cuyos rasgos más visibles se encuentran tanto los rostros de sus habitantes como en la ciudad física, en sus edificios. Sobre el césped del Parque Lezama, al parecer, Don Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires en 1537 –fundación que fue un fracaso-; a cinco cuadras de lo de Liniers yace la casa de Esteban de Luca, un poeta corajudo que participó de la resistencia de 1807 y decidió ser tragado por el río; de cierto balcón secundario de la Rosada asomaba la jeta Perón para dar misa. Esas cosas no se olvidan, y si no se vivieron se recuerdan igual.
Digo que la posible demolición de la casa –o su transformación en Shopping Center, en Teatro Colón- catapulta un planteo prioritario, que es el de la vivienda. La ciudad vista comienza a descascararse, en primer lugar, ante la incapacidad de garantizar vivienda y dignidad a sus habitantes, y acaba al demolerse su patrimonio arquitectónico para dar avance de las torres de cincuenta pisos -esas que habita el empresariado rico, que no bajan de dos lucas verdes y pico el metro cuadrado. El drástico avance de la nueva fisonomía produce un cambio estructural de la planificación urbana. Y esto es típico de las capitales de países en vías de desarrollo. La nominación refiere al desarrollo de un sector recortado, que representan las torres de Microsoft o Master Card, y al estancamiento de otro que cae en pedazos, como las casonas históricas, los blocks de Soldati, las escuelas y las universidades. Me acuerdo de la fotografía que ilustra la contratapa de Orientalismo, de Edward Said, editada por De Bolsillo. Por mi parte, yo describiría el paisaje desde su fundamento estético tercermundista, algo así como un brutalismo neoliberal: el hormigón está ahí, tan visible como la estructura social: al lado de la favella monumental se levanta el Hilton. Y la pantomima culmina con el puñal antiturístico: Buenos Aires no tiene playas, como las de Río, tampoco plátanos creciendo en las veredas, como en otro país bananero y centroamericano.
El avance del brutalismo macrista –y kirchnerista-, en términos arquitectónicos, modifica la ciudad vista, la deforma, repite aquella violación que describe Osvaldo Lamborghini en uno de sus mejores cuentos. Poco hizo el gobierno de los Kirchner para desarrollar planes progresivos de construcción de viviendas. El gobierno de Macri no invierte un peso en el asunto, se caga en su propia plataforma electoral. Hacia el 20 de marzo de este año la gestión del PRO anunció la reducción del presupuesto del Instituto de la Vivienda de 519 a 120 millones de pesos. La ciudad muta, los pobladores desalojados por las patrullas metropolitanas se vuelcan a las villas miseria, se vuelven parte de esos 400000 villeritos que habitan la ciudad. Y esta metamorfosis que deviene las aguafuertes porteñas de Arlt en archivos históricos, responde al interés malotrué del capital especulativo. La burguesía nacional combina pizza con champagne, no piensa en Haussmann. No es filantrópica, mucho menos humanista. Renueva los anhelos de Le Corbusier bajo el sesgo de la mediocridad gentilhombre y la desigualdad estructural. Su plan de urbanización es fundamentalmente instrumental. La burguesía nacional es ignorante, bruta, viva y desvergonzada. Si uno de estos bacanes se hiciera de la casa de Venezuela al 400, acaso el virrey Liniers deba mudarse a la 31 bis.

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