domingo, 20 de septiembre de 2009

yawar mayu

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“¿Y era verdad que un disparo de cañón podía abrir una bocamina, destripar toda una manada de bueyes y decapitar un millón de hombres puestos en fila? ¿Que la sangre de ese millón de hombres podía correr y salpicar, y formar espuma como un río? ¿Y que un general o un capitán estaban tan bien templados que podían brindarse aguardiente a la orilla de ríos de sangre? ¿Y que un sargento no alcanzaba nunca ese temple, aunque en las guerras se enfurecían más que los coroneles y destripaban a los cristianos con los cuchillos que llevaban en los desfiles a la punta de los máuseres? –Dicen que como un perro, en la guerra, los soldados, por la rabia, hasta lamen la sangre; que se levantan después, como un degollador, manchados de la quijada hasta al pecho con la sangre, y avanzan gritando; ni el trueno ni el condenado asustan como éstos, dicen. ¡El cristiano, el cristiano, hermanitos!–”
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J-M, A. Los ríos profundos
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